jueves, enero 25, 2007

Jorge Teillier: Lenguaje de raíces

Jorge Teillier: lenguaje de raíces



Discurso leído en la inauguración del homenaje a Jorge Teillier,
realizado el 28 de noviembre de 2006, en la Universidad Diego Portales.


Por Manuel Araneda



Estimados cronopios, famas y esperanzas presentes; ecompañeros todos.

Es para nosotros un verdadero motivo de alegría el estar aquí reunidos para homenajear a Jorge Teillier, sin lugar a dudas uno de los mejores poetas de Chile. En esta ocasión no podemos dejar de agradecer el apoyo que hemos recibido por parte de nuestra universidad y nuestros invitados, el cual agradecemos sinceramente.

En estos tiempos en que la aldea local o provincial se ve amenazada por una “aldea global” que intenta mercantilizarlo todo, incluyendo la poesía o, mejor dicho, la falsa poesía; resultan indispensables poetas como Jorge Teillier, quienes mantienen una ética y una estética que no tranzan con la usura y el oportunismo de nuestros días. La consecuencia poética de Teillier es una lección de verdadera autenticidad, en la que se anteponen aquellos grandes valores que sostienen a esta humanidad que se siente desfallecer. La poesía de Teillier nos invita a distinguir lo esencial y lo aparente, lo vano y lo trascendental. A propósito de esto, nos dice: “Porque no importa ser buen o mal poeta, escribir buenos o malos versos, sino transformarse en poeta, superar la avería de lo cotidiano, luchar contra el universo que se deshace, no aceptar los valores que no sean poéticos.” Estos valores poéticos son los que queremos honrar esta tarde, así como lo hicimos hace un par de meses en este mismo auditorio, cuando homenajeamos a Enrique Lihn, ese enorme cronopio incorruptible, compañero de generación suyo.

Hablar de Jorge Teillier, como ya hemos dicho, es hablar de un verdadero poeta y, por lo tanto, de un mito. Mito que me parece inefable y que no podría precisar con palabras. Sin embargo podría decir que su figura es cercana a la del viento que silba como un vagabundo aburrido de caminar sobre los rieles, o al murmullo de la lluvia cayendo melancólicamente en un bosque que todavía nadie conoce. La poesía de Jorge Teillier aletea en este bosque como una hoja movida por el viento. Sus poemas tienen olor a tierra húmeda y sus versos, sus hermosísimos versos, son como luciérnagas relampagueando al fondo de una neblina misteriosa y mágica.

Su tonalidad contemplativa y lírica, su aire nostálgico, su sensibilidad de gorrión herido, su ternura, su espiritualidad y su ética insobornable, son rasgos que hacen que la poesía de Teillier sea única en nuestra tradición poética. El aura mágica que envuelve su figura le entrega una voz remotísima que nos invita a reencantarnos con el mundo, utilizando lo cotidiano para trascender lo cotidiano. Su poesía es un acto de amor, un intento de hermanar al hombre y la naturaleza; es, a fin de cuentas, un recordatorio que nos devuelve al origen, al reencuentro con lo más entrañable de nosotros mismos. En “Otoño secreto”, Teillier nos dice:

“ Cuando las amadas palabras cotidianas
pierden su sentido
y no se puede nombrar ni el pan,
ni el agua, ni la ventana,
y ha sido falso todo diálogo que no sea
con nuestra desolada imagen,
aún se miran las destrozadas estampas
en el libro del hermano menor,
es bueno saludar los platos y el mantel puestos sobre la mesa,
y ver que en el viejo armario conservan su alegría
el licor de guindas que preparó la abuela
y las manzanas puestas a guardar.”

Como podemos ver, tras la belleza de sus poemas se esconde una remotísima pena, la misma que quizás nos hace sentir tan entrañable su poesía. Por lo que no resulta nada de raro que la belleza melancólica de sus versos suela también reflexionar sobre temas como, por ejemplo, la felicidad. En su poema “Bajo un cielo nacido tras la lluvia”, nos dice:

“Eso fue la felicidad:
dibujar en la escarcha figuras sin sentido
sabiendo que no durarían nada,
cortar una rama de pino
para escribir un instante nuestro nombre en la tierra húmeda,
atrapar una plumilla de cardo
para detener la huída de toda una estación.

(…)Pero no importa que los días felices sean breves
como el viaje de la estrella desprendida del cielo,
pues siempre podremos reunir sus recuerdos,
así como el niño castigado en el patio
encuentra guijarros para formar brillantes ejércitos.
Pues siempre podremos estar en un día que no es ayer ni mañana,
mirando el cielo nacido tras la lluvia
y escuchando a lo lejos
un leve deslizarse de remos en el agua.”

La nostalgia es inherente a la poesía lárica de Teillier, pues pareciera que para él es en la memoria donde podremos encontrar la felicidad. Hay un intento por evadir el presente a través del recuerdo de un pasado que fue mejor, de una infancia –ese país de nunca jamás- de la que fuimos exiliados, para siempre. A propósito de esto, Teillier nos dice: “Nostalgia sí, pero de futuro, de lo que no nos ha pasado, pero debiera pasarnos”. Esto nos recuerda una frase de Aristóteles, quien dijo: “La historia cuenta lo que sucedió, la poesía lo que debía suceder”.

Es por esto que para Teillier los poetas son los guardianes del mito, de lo que debía suceder. Y se refiere a un mito que haga de este mundo un lugar más respirable y, por lo tanto, vivible. En su poema “Poeta de este mundo”, entablando un diálogo con el poeta francés René-Guy Cadou, Teillier escribe una suerte de declaración de principios:

“Tú sabías que la poesía debe ser usual como el cielo que nos desborda,
que no significa nada sino permite a los hombres acercarse y conocerse.
La poesía debe ser una moneda cotidiana
y debe estar sobre todas las mesas
como el canto de la jarra de vino que ilumina los caminos del domingo.
Sabías que las ciudades son accidentes que no prevalecerán frente a los árboles,
que la poesía no se pregona en las plazas ni se va a vender a los mercados a la moda,
que no se escribe con saliva, con bencina, con muecas,
ni el pobre humor de los quieren llamar la atención
con bromas de payasos pretenciosos
y que de nada sirven
los grandes discursos tartamudos de los que no tienen nada que decir.

La poesía es un respirar en paz
para que los demás respiren,
un poema
es un pan fresco,
un cesto de mimbre.
Un poema
debe ser leído por amigos desconocidos
en trenes que siempre se atrasan,
o bajo los castaños de las plazas aldeanas."

Los valores poéticos, ecompañeros, son quizá la última utopía que nos queda, y es nuestro deber velar por este mito, así como lo hiciera nuestro Jorge Teillier, quien, en forma de legado, nos dejó este pequeño y hermoso poema:

“Si alguna vez
mi voz deja de escucharse
piensen que el bosque habla por mí
con su lenguaje de raíces.”



Muchas gracias




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